Ensayistas de las vanguardias:



¿Qué es un ensayo?
El ensayo es un texto en prosa de extensión moderada que consiste en la reflexión sobre un tema desde un punto de vista subjetivo y personal, por eso se escribe en primera persona.
El ensayo literario, a diferencia del científico o académico, omite las fuentes o la documentación, ya que lo más importante no es la comprobación empírica de la información sino cómo el ensayista los interpreta, los plantea y desde qué perspectiva los considera.
La estructura externa del ensayo incluye tres partes: introducción (plantea las preguntas y los aspectos del tema que se tratará), el desarrollo y la conclusión (resumen de la idea central).
La organización de las ideas puede ser:
·         Inductiva: se parte de un ejemplo concreto o una situación individual para llegar a una idea general.
·         Deductiva: parte de un concepto general o de una definición de la cual se va recortando la idea que servirá de tesis.
Además de la organización estructural, las ideas dentro del texto pueden progresar según un orden cronológico (se distribuyen según un criterio temporal) , comparativo o de causa- efecto(presentan las razones y consecuencias de una idea). Incluso entro de un mismo texto, pueden combinarse estos tres órdenes.
Ensayistas de las vanguardias: Roberto Arlt 


 Aguafuertes porteñas es una obra que trata de un conjunto de artículos literarios escritos por Roberto Arlt y publicados periódicamente en prensa durante el año 1933. Algunos fueron publicados en la revista Proa. El origen del título tiene parentesco pictórico y se refiere a las pequeñas estampas grabadas que alcazaron ya gran difusión en la época de Durero y Rembrandt, en la de Goya y en la de los expresionistas alemanes. Arlt tiene la intención de mostrar una realidad fragmentada y de reproduccir, a modo fotográfico, un momento concreto.
La intención principal de Aguafuertes Porteñas es el análisis y comentario de los cambios que va sufriendo Buenos Aires. Constamente pone en cuestión la idea de progreso con un componenteexistencialista. Por ejemplo, en uno de estos Aguafuertes trata la generalización de la luz eléctrica en la ciudad y duda de su utilidad por no ayudar directamente al entendimiento.


Más información: http://www.educ.ar/recursos/ver?rec_id=103556




            Ensalzaré con esmero el benemérito "fiacún".

EL ORIGEN DE ALGUNAS PALABRAS DE NUESTRO LEXICO POPULAR

            Yo, cronista meditabundo y aburrido, dedicaré todas mis energías a hacer el elogio del "fiacún", a establecer el origen de la "fiaca", y a dejar determinados de modo matemático y preciso los alcances del térmi­no. Los futuros académicos argentinos me lo agradecerán, y yo habré te­nido el placer de haberme muerto sabiendo que trescientos sesenta y un años después me levantarán una estatua.
            No hay porteño, desde la Boca a Núñez, y desde Núñez a Corrales, que no haya dicho alguna vez:
            -Hoy estoy con "flaca".
            O que se haya sentado en el escritorio de su oficina y mirando al je­fe, no dijera:
            -¡Tengo una "fiaca"!
            De ello deducirán seguramente mis asiduos y entusiastas lectores que la "fiaca" expresa la intención de "tirarse a muerto", pero ello es un grave error.
            Confundir la "fiaca" con el acto de tirarse a muerto es lo mismo que confundir un asno con una cebra o un burro con un caballo. Exacta­mente lo mismo.
            Y sin embargo a primera vista parece 'que no. Pero es así. Sí, seño­res, es así. Y lo probaré amplia y rotundamente, de tal modo que no que­dará duda alguna respecto a mis profundos conocimientos de filología lunfarda.
            Y no quedarán, porque esta palabra es auténticamente genovesa, es decir, una expresión corriente en el dialecto de la ciudad que tanto detes­tó el señor Dante Alighieri.
            La "fiaca" en el dialecto genovés expresa esto: "Desgano físico ori­ginado por la falta de alimentación momentánea". Deseo de no hacer na­da. Languidez. Sopor. Ganas de acostarse en una hamaca paraguaya du­rante un siglo. Deseos de dormir como los durmientes de Efeso durante ciento y pico de años.
            Sí, todas estas tentaciones son las que expresa la palabreja mencio­nada. Y algunas más.
            Comunicábame un distinguido erudito en estas materias, que los ge­noveses de la Boca cuando observaban que un párvulo bostezaba, decían: "Tiene la 'fiaca' encima, tiene". Y de inmediato le recomendaban que comiera, que se alimentara.
            En la actualidad el gremio de almaceneros está compuesto en su ma­yoría por comerciantes ibéricos, pero hace quince y veinte años, la profe­sión de almacenero en Corrales, la Boca, Barracas, era desempeñada por italianos y casi todos ellos oriundos de Génova. En los mercados se ob­servaba el mismo fenómeno. Todos los puesteros, carniceros, verduleros y otros mercaderes provenían de la "bella Italia" y sus dependientes eran muchachos argentinos, pero hijos de italianos. Y el término trascendió. Cruzó la tierra nativa, es decir, la Boca, y fue desparramándose con los repartos por todos los barrios. Lo mismo sucedió con la palabra "man­yar" que es la derivación de la perfectamente italiana "mangiar la lo­llia", o sea "darse cuenta".
            Curioso es el fenómeno pero auténtico. Tan auténtico que más tarde prosperó este otro término que vale un Perú, y es el siguiente: "Hacer el rosto".
            ¿A que no se imaginan ustedes lo que quiere decir "hacer el rosto"? Pues hacer el rosto, en genovés, expresa preparar la salsa con que se con­dimentarán los tallarines. Nuestros ladrones la han adoptado, y la apli­can cuando después de cometer un robo hablan de algo que quedó afuera de la venta por sus condiciones inmejorables. Eso, lo que no pueden ven­der o utilizar momentáneamente, se llama el "rosto", es decir, la salsa, que equivale a manifestar: lo mejor para después, para cuando haya pa­sado el peligro.
            Volvamos con esmero al benemérito "fiacún".
            Establecido el valor del término, pasaremos a estudiar el sujeto a quien se aplica. Ustedes recordarán haber visto, y sobre todo cuando eran mu­chachos, a esos robustos ganapanes de quince años, dos metros de altu­ra, cara colorada como una manzana reineta, pantalones que dejaban des­cubierta una media tricolor, y medio zonzos y brutos.
            Esos muchachos eran los que en todo juego intervenían para amar­gar la fiesta, hasta que un "chico", algún pibe bravo, los sopapeaba de lo lindo eliminándoles de la función. Bueno, esos grandotes que no ha­cían nada, que siempre cruzaban la calle mordiendo un pan y con un ges­to huido, estos "largos" que se pasaban la mañana sentados en una es­quina. o en el umbral del despacho de bebidas de un almacén, fueron los primitivos "fiacunes". A ellos se aplicó con singular acierto el término.
            Pero la fuerza de la costumbre lo hizo correr, y en pocos años el "fia­cún" dejó de ser el muchacho grandote que termina por trabajar de carrero, para entrar como calificativo de la situación de todo individuo que se siente con pereza.
            Y, hoy, el "fiacún" es el hombre que momentáneamente no tiene ganas de trabajar. La palabra no encuadra una actitud definitiva como la de "squenun", sino que tiene una proyección transitoria, y relaciona­da con este otro acto. En toda oficina pública o privada, donde hay gente respetuosa de nuestro idioma, y un empleado ve que su compañero bos­teza, inmediatamente le pregunta:
            -¿Estás con "fiaca"?
            Aclaración. No debe confundirse este término con el de "tirarse a muerto", pues tirarse a muerto supone premeditación de no hacer algo, mientras que la "fiaca" excluye toda premeditación, elemento constitu­yente de la alevosía según los juristas. De modo que el "fiacún" al negar­se a trabajar no obra con premeditación, sino instintivamente, lo cual lo hace digno de todo respeto.